jueves, 19 de agosto de 2010

400 kilómetros

Cuatrocientos kilómetros de un tirón, nos encontramos en aquel pueblo perdido.

Creo que ya me habías visto de sobra, cuando me preguntaste dónde estaba, yo sí te había visto, estabas hablando conmigo por el móvil, en el aparcamiento de enfrente, me fijé que llevabas unos paquetes en la mano y los metiste al coche, en el maletero, seguro que era para que yo nos los viera, así que ni te pregunté, en realidad me importaban una mierda esos paquetes. Me temblaban las piernas, no sé si por conducir tanto rato o por que en el fondo sabía que era la última vez que nos íbamos a ver.
Nunca contigo había lugar para los silencios incómodos, pero lo hubiera preferido. Por dios, esto es un pueblo fantasma. Por qué te empeñas en decir que trabajo en marketing, si casi no sé ni lo qué es eso. Por qué me dices que no te bese en púbico, si no pensaba hacerlo.
Ahora no sé bien si me estaba despidiendo o castigando.
Era una sensación extraña, que nadie supiera dónde estaba, a veces me gusta añadir ese poco de riesgo.
Cállate ya por favor, no puedo más, no hables tanto. Me está dando la sensación de que no esperabas que viniera.
En estas situaciones, me miro desde fuera, como si pudiera salime del cuerpo y observar.
Casi mil metros de local, sólo con las luces de la salida de emergencia. No llevo linterna en el coche, ni falta que hace.
Más acogedor era ese bar en el que tuve que esperar a que arreglaras tus asuntos, esa gente me miraba con otra cara, no tenía que salir del cuerpo para estar allí sentada.
Pero lo peor fué la bruja de la pensión, que no me esperaba y que cuando creía que me había ido, en mitad de la noche, intentó abrir la puerta, ¿pero qué estaba buscando? como yo ya no estaba para tonterías ni misterios, le abrí desde dentro y la sorprendí en la puerta husmeando, después ya no pude leer ni media página más del libro, que además era un rollo.
La próxima vez prepararé todo mejor. Y yo pensando que no habrá próxima vez.
He traído croissants para desayunar, pero yo desayuné en la autopista, un café y dos croissants, que estas situaciones tan surrealistas me dan mucho hambre.


4 comentarios:

  1. Surrealista y rara. La verdad es que lo de la pension no tiene nombre.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta tu forma de narrar, claudia, contando cosas casi sin hablar. Muy buena.
    Besos!

    ResponderEliminar
  3. Gracias Lorena, me hacía falta un empujón.

    ResponderEliminar
  4. Más que un encuentro, parece un desencuentro

    Me he quedado con ganas de más

    Besos

    ResponderEliminar