martes, 20 de diciembre de 2011

espumillón


No había forma de calentar aquella casa enorme, aunque ahora cuando vuelvo, las dimensiones han cambiado y todo es mucho más pequeño.


Íbamos todos, hasta mis tíos de San Sebastián. Ella era hippie, se ponía margaritas en el pelo,  todas queríamos ser como ella de mayores. Era hippie-rica y él sibarita. Traían percebes, que a mí me parecían patas de elefante en miniatura, centollos y otras cosas que cocían las madres en la cocina, mientras hablaban entre risas y nos mandaban fuera, porque en la cocina, se debían de cocer muchas cosas además de marisco.

Todo ángulo con espumillón, cuanto más espumillón más navidad.

Se repartían las habitaciones y se dormía con quien tocara, yo con alguna prima en la habitación del fondo. Por la mañana no podíamos salir, porque había que pasar por donde dormían mi tía hippie y mi tío el sibarita, les oíamos discutir a través de la puerta y no nos atrevíamos a interrumpir, discutían mucho, mirábamos por el agujero de la cerradura para ver cómo estaba el panorama y él discutía en calzoncillos, entonces la escena se hacía cómica, pero seguíamos sin poder salir  y mientras mi prima, para hacer tiempo, me contaba historias.


El día de fin de año, mi abuelo siempre salía con la misma gracia: hoy llega en la veloz un hombre con tantas narices como días tiene el año. Hasta el día en que entendí de qué iba la historia, me imaginaba un hombre deforme con un montón de narices, que no podía ni bajar del autobús.


Nadie se preguntaba si las navidades eran consumistas o si tenían sentido. Llegaban y rompían la rutina. Y si alguien se lo planteaba, yo no me daba cuenta. Ése debe ser el momento niñez, cuando todavía no se tiene esa fastidiosa costumbre de planteárselo todo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

concepción

 La única vez que la he visto sumisa fue ante la muerte, la aceptó sin rechistar, sin aspavientos, consciente e inmutable a los noventa y seis.


Al llegar a casa después de esas noches de hospital, necesitaba ducharme con guante de crin, con chorro potente y que todo se fuera por el desagüe, estaba siendo espectadora de primera fila y volvía impregnada de crudeza, yo tenía mi propia lucha contra la muerte, que se me había presentado tal como era.


Sin planificarlo ni buscarlo encontré mi arma.


Estoy segura. De alguna forma, hubo una conexión entre la muerte de mi abuela y la concepción de mi hija, de que existe un lazo entre ellas sin que lo sepan y ni siquiera se hayan conocido.

Los siguientes meses fueron los más plenos de mi vida, no necesitaba nada, ni a nadie, solo recrearme en mi victoria, la victoria de la vida.

domingo, 4 de diciembre de 2011

réquiem

Tus cuatro manos malabares,
estarán haciendo los coros en este réquiem de besos,
a distintas voces,
las tiernas con un blues,
las otras, qué entenderán de duelos
si total, dentro de poco, estaremos todos muertos

jueves, 1 de diciembre de 2011

dinosaurios en el jardín




Mi amiga me ha contado que su paciente ve dinosaurios en el jardín, pero que por lo demás lleva una vida normal.

A mí claro, esto me deja pensando.

Una vida normal con los dinosaurios paseándose por el jardín, descorrer las cortinas y ahí están,  pastando como si fueran vacas, apagar las luces para irse a dormir y seguir viendo las siluetas.

¡Marcharse de vacaciones y dejarlos al mando! no sé...

La gente le intenta explicar que los dinosaurios se extinguieron hace millones de años, que es imposible que estén ahí ni en ninguna otra parte. Pero él los ve y ya está. De hecho, no soporta que le estén siempre intentando convencer de que no hay nada.


Yo le admiro, en realidad, creo que es una persona con una capacidad de adaptación increíble, poder hacer vida normal con un jardín poblado de dinosuarios... me cae bien el paciente de mi amiga.

También le admiro a ella, porque nunca le ha cuestionado ese asunto de los dinosaurios y así él no se tiene que poner a la defensiva para hablar y está mucho más tranquilo.